Los galardones que reposan en la sede de la AUF son suficiente aval para representar fielmente una espléndida trayectoria histórica que muchos desearíamos por otros lares para nuestra propia selección. Entre las atracciones destacadas lucen orgullosas dos Copas del Mundo, sendas medallas de oro en los JJOO (cuando estos ejercían de “Mundiales” oficiosos) y 14 Copas de América, amén de gran cantidad de logros en categorías inferiores e incluso la camiseta con el dorsal 5 y las botas con las que el Negro Jefe se impuso con su titánico carácter a casi 200.000 brasileños en Maracaná. Hablamos, como no, de Uruguay.
La Celeste ha completado una fase de inicial en la que esperaba pelearle a México una plaza ante la supuesta superioridad francesa, aunque el paupérrimo papel de éstos fue aprovechado a la perfección por las selecciones latinas, siendo que en el choque de la tercera jornada ante los aztecas un testarazo de Luis Suárez decía que los charrúas serían primeros, evitando una nueva batalla del Mar del Plata ante Argentina… o postergándola para más adelante cuando sea aún más importante.
El cruce será ante la correosa Korea del Sur, un solidario plantel que ha crecido mucho los últimos años y posee jugadores con la calidad y experiencia suficientes para dejar en la cuneta al conjunto uruguayo. En caso de superar este primer envite, la emergente Estados Unidos y una Ghana con todo el continente africano a sus espaldas serían los escollos para alcanzar unas semifinales que no son una utopía pero que solo respetando las señas de identidad propias podrán alcanzar para optar a una copa que no saborean desde hace 60 años. La fuerza de un equipo muy voluntarioso, la característica garra uruguaya (bien entendida esta, no como simple etiqueta), el poderío mostrado en la retaguardia junto al talento de una delantera de muchísimos quilates conforman un conglomerado ilusionante que permite soñar con cuotas que los más veteranos ya veían demasiado lejanas.
Es el momento que varías generaciones esperaron en vano que los Francescoli, Bengoechea, Rubén Sosa, etcétera pudieran resarcir (no en vano no superan los octavos desde México’70), pero los caprichos del destino han reservado un lugar para que sean Forlán, Lugano, Muslera y compañía los que lleven la célebre elástica celeste al podio de la máxima cita. No es que haya que romper con la historia, sino recuperar en ella el lugar que les corresponde. No desaprovechen la chance, charrúas.
CAFÉ FÚTBOL
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