
Nacional bancó una serie interminable contra un rival durísimo. Remó de atrás, ganó tres partidos consecutivos y terminó atropellando a un Defensor que luchó hasta donde pudo. Así vuelve a ser el rey uruguayo y se adueña de la primera década del siglo XXI. Un campeón justo y merecido.
Del partido se puede decir mucho, y poco también. Nacional ganó sufriendo cuando lo pudo hacer goleando. Defensor peleó con entereza y buena leche hasta la última pelota y se fue aplaudido por sus hinchas, que con el tiempo entenderán que este equipo también hizo historia.
Pero la historia hoy le corresponde a Nacional. Si hay algo que tiene este plantel es personalidad. No se cae nunca, ni cuando tambalea en una cuerda ni cuando está plantado en los cimientos más fuertes. Estos jugadores salen a la cancha con la mismas ganas y la misma humildad. No subestiman ni se creen menos, van al frente y superan cualquier adversidad.
Quedó demostrado en las finales. Perdió una enorme oprtunidad en la primera final pero no se bajoneó. Aguantó casi sin aire en la segunda final, cuando Vera estuvo a una pelota de terminar con todo. Sacó la cara en la tercera, donde ya no tenía vuelta atrás. Lo dio vuelta en la cuarta. Terminó cerrando en la hora la quinta, cuando Defensor olía un gol heroico. Ganó de atrás, goleó, mantuvo empates, salió a ganar, se defendió, fue punto y después banca, y siempre selló todo con un resultado favorable.
Por eso vuelve a ser rey del fútbol uruguayo, dejando en claro que no es casualidad su semifinal de Libertadores. Corta la racha de Danubio y Defensor, y lo hace ganándoles finales a los dos. Finales que ganó a lo grande: empujado por su hinchada y copando la parada del rival.
Desde la seguridad de Muñoz, que ya alcanzó el status que supieron tener sus sucesores Munúa y Sebastián Viera. Desde la aparición de Coates, que pudo haberse hundido tras su pifia monumental con Estudiantes, pero salió disparando madurez. Desde la solidez de Victorino, que tuvo sus baches pero terminó la temporada con nivel de selección. Desde la garra de Matías Rodríguez. Desde el polivalente Romero, que juega de todo y lo hace bien, y además tuvo el mérito de meter en un cajón su cuestionado temperamento.
Desde la entereza de OJ Morales, capitán, símbolo, ídolo... y en un nivel que nunca antes tuvo. Desde la energía de Arismendi, que no se cansa nunca y siempre se muestra para jugar. Desde el desequilibrio de Fernández, que llegó callado y hoy es estrella. Desde la magia de Lodeiro, que explotó en el Sub 20 y demostró que está para más. Desde la desordenada eficiencia de los delanteros: "Morro", Medina y Biscayzacú se turnaron, pero siempre supieron rendir cuando les tocó.
Y por supuesto, desde la tranquilidad de Pelusso. Cuestionado y criticado, el DT se mantuvo fiel a sus ideas y hoy tiene en su casa dos copas de campeón uruguayo. No es poco y dice mucho. Nacional tuvo todo eso y más, porque el resultado de la cancha es también reflejo del trabajo de la dirigencia y el aliento incesante de su hinchada. De otra manera es imposible que haya noqueado a un rival tan duro como Defensor, que estaba hecho para tocar la gloria con dos títulos consecutivos.
El fútbol uruguayo tiene nuevo campeón. Y es un campeón muy grande.
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